El ministerio de la palabra y la presencia en la comunidad

Nunca lo olvidaré. Estaba por tocar la puerta de mi siguiente contacto para estudio bíblico y el Espíritu Santo me detuvo abruptamente cuando escuché su voz en mi mente, diciéndome: “Dustin, estás a punto de hacer vegetarianos a adictos a la cocaína”. De hecho, el estudio que tenía en mis manos era sobre la salud; específicamente, sobre alimentos puros e impuros. Todo mi entrenamiento y educación adventista tradicional me decía que avance con los estudios bíblicos según estaban escritos e hiciera llamados al final de cada estudio. En ese momento me di cuenta de que no estaba estudiando con esta pareja porque entendiera y me preocupara por ellos como individuos. Estaba estudiando con ellos para que comprendieran la información necesaria, y al aceptar esa información se acercaran un paso más a mi resultado deseado: el bautismo. No sabía cómo ayudarlos con su necesidad real porque la información que contenía este estudio era todo lo que yo entendía sobre los mensajes de los tres ángeles. Es cierto; yo podía mostrarles que el consumo de drogas es malo, pero ellos ya estamos inmersos. Necesitaban algo más transformador que solo información. Yo sabía del problema que tenía esta pareja con las drogas, pero no tenía idea de cómo conectar las verdades en las que yo creía con su situación. No sabía cómo poner el evangelio. Esta fue la primera vez que me di cuenta que le estaba enseñando cosas ciertas a la gente, pero no las estaba guiando al Camino, la Verdad y la Vida.

A lo largo de los siguientes años Dios me llevó por un proceso de aprendizaje y madurez. Llegué a la conclusión de que tradicionalmente, los adventistas hemos hecho un buen trabajo de contarle a las personas sobre el Gran Conflicto, pero hemos hecho un trabajo pésimo en ayudarlas a vivir en medio de él. Tuve ese momento de claridad total cuando estaba manejando para visitar a una niñita con necesidades especiales que estaba murieron en terapia intensiva por una neumonía. Me sentía totalmente intimidado porque yo era un pastor (los pastores supuestamente deben tener todas las respuestas), y no solo un pastor, sino un pastor adventista (el pastor de las respuestas); pero en este caso, no tenía respuestas para esta familia. ¿Qué podía llegar a decir? Cuando llegué hasta su camilla, quedé mudo. No tenía las palabras, las oraciones ni los versículos bíblicos adecuados para leer. Todo lo que pude hacer fue estar allí con sus padres y tratar de aguantar las lágrimas. Logré balbucear algo en un intento de consolar y orar, y leí un versículo o dos; pero cuando ella falleció y terminó el funeral, la familia no me agradeció por mis amables palabras o mis oraciones. Con lágrimas, me agradecieron profundamente por mi presencia. Una presencia que significó tanto que llevó al bautismo del padre de esta niñita. Me cambió la vida que yo simplemente… estuve allí. Esto me cambió totalmente el paradigma. Mi presencia era tan importante, o quizá hasta más importante, que lo que pudiera decir o los versículos que pudiera leer. Dios me lo resumió todo en una frase que me gusta utilizar: “El ministerio de la palabra sin el ministerio de la presencia definitivamente no es el ministerio de la palabra”.

A lo largo de mi ministerio me había considerado excelente explicando las cosas verdaderas. Soy apasionado, reflexivo y bastante fácil de entender. Mis iglesias han mostrado el fruto de estos dones ya que mis distritos siempre están liderando en índices de crecimiento de la asociación. Pero por experiencias como esta, y otras, me di cuenta que había cambiado el santo llamado a ser evangelista y pastor por una actitud de vendedor. Me había vuelto muy bueno vendiéndole un producto a las personas. Fue así que me convencí de que si mi corazón y mi cosmovisión no cambiaban, mi ministerio estaría lleno de movimiento y ruido, pero no lograría nada.

¿Por qué mi adventismo parecía tan desconectado de la gente real en situaciones de la vida real? Nada de lo que había estado enseñando era necesariamente equivocado, pero Dios comenzó a hacerme ver que mi comprensión del mensaje de los tres ángeles era demasiado general. Nunca había comprendido del todo que sabía cómo se relacionaba con los eventos del tiempo del fin en el contexto del mundo, pero no sabía cómo se relacionaba con el contexto de los corazones de las personas, de vidas reales, de luchas cotidianas, y de problemas personales. Mi idea del Evangelio se había resumido en el contexto de cómo una verdadera comprensión de los eventos del mundo, y las convicciones y la conducta de una persona afectan su vida eterna. Pero la vida eterna será entonces… ¿y ahora? ¿Y la pareja que tenía una adicción a la cocaína? ¿Y esta familia que había perdido a su hijita amada? ¿Y mi ciudad, que estaba profundamente herida porque un amado miembro del personal escolar había sido asesinado por un policía de Minneapolis?

Cuando Philando Castile fue asesinado en 2016, mi corazón se conmovió profundamente por su familia y por mi ciudad. También estaba muy asustado por lo que sabía que tenía que hacer. Había habido protestas a toda hora desde que el tiroteo había sido noticia en las redes sociales. Cuando había tanto dolor en la ciudad que yo consideraba mi hogar, ¿cómo podía sentarme en mi iglesia el sábado y actuar como si todo estuviera bien? Sabía dónde Jesús hubiera estado un día así. Pero tenía miedo de actuar porque en nuestro país y en nuestra iglesia la gente piensa que si te muestra del lado de algo, automáticamente estás en contra de otra cosa. Si yo digo que la vida de los hombres de color importa, algunos interpretan que yo pienso que la vida de los hombres blancos o azules no importan. Sentí profundamente que como pastor perdería el derecho a decir que cualquier vida importa si no trataba de ministrar a mi ciudad mientras sufría tanto. Así que llevé a un grupo de voluntarios a la protesta. Me alegré de tener un entrenamiento en respuesta a crisis porque le enseñé a mi grupo cómo manejar las diversas posibles emociones que la gente podía mostrar. No estábamos allí con una agenda política; estábamos allí por la gente. Así como Jesús hubiera estado. Al final del día oramos con más de veinte oficiales de policía, el alcalde, el jefe de policías, y me dieron el megáfono para que orara por todo el grupo de más de 200 manifestantes. Abracé a la madre de Castile, lloré con sus amigos, y escuché a personas agradecerme porque un pastor se preocupó lo suficiente para estar allí.

Esa tarde fui a mi casa y colapsé en los brazos de mi esposa. El día me había sido pesado, pero caí en sus brazos porque me sentía débil. Nunca en mi vida había experimentado el poder del Espíritu Santo derramado así. Porque estuve ahí, pude dar evidencia de la verdad del Evangelio, y fue más real que nunca para mí. Este evento cambió mi predicación. Me convencí de que si nuestro mensaje realmente es un mensaje del tiempo del fin, quiere decir que es personal para las personas que están viviendo con problemas del tiempo del fin. Tuve que estar presente en los problemas para darme cuenta de esto. Los mensajes de los tres ángeles son sobre los tiroteos, el racismo, los refugiados, la guerra. Son sobre consuelo en la enfermedad, la angustia, la muerte, y no solo de una manera general y doctrinal. Este mensaje es personal y real, pero tuve que estar presenta en la vida de las personas y en mi ciudad para darme cuenta. Cuando estuve en medio del problema, pude ver claramente que solo Jesús puede sanar corazones. Cuando estuve en medio del problema ya no pude permanecer sentado de lejos y juzgar a otros. Cuando sus lágrimas quedan en los hombros de mi remera todo lo que quería era traer sanidad. No soy llamado a correr y esconderme de los últimos días; soy llamado a estar de pie con valor y fidelidad en el medio de ellos. ¿Quién mejor para traer esperanza en una crisis que las personas que conocen sobre la Bendita Esperanza?

“Pues Dios no nos ha dado un espíritu de timidez, sino de poder, de amor y de dominio propio” (2 Tim. 1:7).

Para ser totalmente sincero, había estado escondiéndome tras la máscara de un mensaje que podía enseñarse en un lindo paquetito en unas pocas semanas. Siempre y cuando estuviera afirmando esas enseñanzas en mi ministerio, sentía que estaba siendo fiel a mi llamado. Pero, en realidad, estaba negando mi deber y alejándome del ministerio de la presencia. Estaba reduciendo el poder de Dios a exponer el error, y eso mantenía mi fe atada con un hermoso moño. No fue hasta que me encontré ministrando en el mundo con mis manos y mis pies que comencé a darme cuenta de que la fe que había mantenido encerrada limitaba mi territorio a un tamaño demasiado pequeño como para ayudar a personas reales de maneras relevantes. Simplemente no era práctica; llegaba a la cabeza, pero no transformaba el alma entera.

Al día de hoy, Dios continúa enseñándome cómo compartir este amado mensaje de una manera que permite un crecimiento espiritual práctico en las personas que están buscando a Jesús.

 

Dustin Hall es el pastor principal de la Iglesia Adventista del Séptimo Día de Port Charlotte en Florida. Él tiene una habilidad única para mostrar cómo las creencias adventistas del séptimo día se entienden y se comunican mejor a las personas fuera de la iglesia. Ha pastorado iglesias en contextos rurales, urbanos y suburbanos donde la participación profunda de la comunidad ha sido fundamental para el crecimiento.

 

Este artículo es un extracto del libro que está recientemente disponible, llamado: Multiplica. El libro Multiplica es un regalo de la Asociación Ministerial de la División Norteamericana para todos los pastores y pastores laicos voluntarios. Para obtener el libro sin costo alguno, contacte al director ministerial, o a la secretaria de su conferencia local.

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