Involucrando a Todos los Miembros por Medio de Grupos Pequeños

¿Alguna vez estuviste en una habitación llena de gente, pero aún así te sentiste completamente solo? Creo que todos nos hemos sentido así en algún momento. Quizás fue en un nuevo colegio cuando eran más joven, o en una reunión familiar con personas que realmente no querías ver. O quizá, desafortunadamente, fue en una iglesia. A menudo he escuchado historias de personas, tanto adventistas como no, que sienten que cuando vienen a la iglesia se tienen que sentar, escuchar y volver a su casa sintiéndose tan solos como cuando entraron. Esta cultura superficial atrapa a las iglesias que dependen únicamente de la adoración congregacional como punto de conexión principal en la semana. El sábado es una fracción de nuestro día, con alguna excepción de un almuerzo a la canasta ocasional, y volvemos a casa a nuestras familias, compañeros de pieza, o departamentos vacíos. Si miras la vida de Jesús notarás que él vivió una vida llena de relaciones enriquecedoras; y venía de la trinidad, donde estaba viviendo en comunidad en todo momento. ¿Te sorprende que buscó lo mismo en la Tierra?

Vemos a Jesús involucrarse en grupos pequeños en diversos niveles. Tenía seguidores en casi toda ciudad, tenía a setenta y dos que se comprometieron con su ministerio, tenía un grupo de doce a quienes eligió personalmente, y finalmente a los tres con quienes compartió sus momentos más íntimos (Mat. 26:37). Lo vemos llegar sin anunciarse a la casa de María y Marta donde compartían comida, amistad y varios momentos de aprendizaje. Jesús se benefició grandemente por estar en la presencia de las personas, especialmente en ambientes íntimos. La alimentación de los cinco mil fue necesaria, pero también lo fueron momentos compartidos en la intimidad con personas a quienes Jesús conocía y que lo conocían a él.

Encontramos uno de esos momentos en Juan. Jesús acababa de abrir de par en par las puertas del infierno con su resurrección, desafiando a la muerte, y María estaba afuera de su tumba llorando por la muerte de su amado maestro y amigo. Los ángeles le dieron una indicación de dónde estaba Jesús, pero aún al verlo, no lo reconoció inmediatamente. Supuso que él estaba allí para quitar la tierra de la piedra o arreglar las flores, y le rogó desesperadamente: “Señor, si usted se lo ha llevado, dígame dónde lo puso y yo lo buscaré”. Solo podemos imaginar el tono de Jesús al decir: “María”. La Biblia dice que ella inmediatamente lo reconoció y cayó a sus pies. Este es el tipo de intimidad que crean los grupos pequeños y las relaciones personales. Con una palabra, el dolor de María se disipó, cuando su Rabboni, y ahora su maravilloso Salvador, la llamó por su nombre. Jesús es un Dios de intimidad. Los llama a ello, no solo con él, sino también con las personas que nos rodean.

¿Qué tan bien conoces a tus vecinos?

En el colegio secundario me encantaba mirar a las personas jugar esos juegos de “conoce a tu compañero” que hacían en los festejos del Día de San Valentín. Me hacía las preguntas para ver cuánto conocía a mi compañero, y a menudo quedaba en blanco en varios ítems. Al mirar atrás, me doy cuenta que confundía la intimidad con una prueba de favoritos. Ahora que estoy casada y entiendo que la intimidad incluye cercanía emocional, espiritual y física, me río de la superficialidad de mis relaciones. Es fácil decir que conoces a alguien. Saber su fecha de cumpleaños, su color preferido, dónde trabaja y otros hechos. Pero es algo totalmente diferente decir que alguien te conoce. Inmediatamente se crea una connotación de intimidad, vulnerabilidad y cercanía.

La adoración congregacional nos permite conocernos unos a otros. Escuchamos una rápida actualización de vida antes o después del servicio, pero eso no nos permite profundizar en los asuntos que todos sabemos que estamos enfrentando. Detrás de la sonrisa y el saludo hay alguien que ha perdido su propósito laboral; alguien que está luchando con cómo ser un buen padre o madre; que siente una culpa abrumadora por su adicción actual; o alguien que está haciéndose algunas preguntas muy profundas, de esas que sacuden la fe, y no encuentra respuestas. Los grupos pequeños crean un ambiente donde ya no podemos quedarnos con interacciones casuales. Crea una atmósfera donde las personas aprenden cómo dejarse conocer por Dios, y por los demás.

Intimidad espiritual y un Tupperware

La espiritualidad y, más específicamente, nuestra relación con Dios, debe ser compartida. Esto no le resta importancia a la adoración privada donde nos conectamos con Jesús en un nivel personal; pero sí crea más responsabilidad. No podemos compartir nada si no lo hemos experimentado. En la adoración congregacional hay quizá dos personas que comparten su caminar espiritual: el pastor y el líder de la alabanza. A veces hacen eco de las necesidades de las personas, y a veces no lo logran. ¿Por qué? Porque una persona está intentando ministrar a docenas, o cientos de otras personas. Cuando nos reunimos en grupos más pequeños y compartimos personalmente lo que Dios está haciendo en nuestra vida, somos entre 8 y 15 personas compartiendo, y las posibilidades de coincidir son mucho más altas.

Algunos de los momentos espirituales más íntimos que tuve alguna vez fueron en grupos pequeños. Cuando era líder de grupo pequeño en Southern, recuerdo un sábado de tarde en que invité a tres muchachas de mi grupo pequeño a pasar la tarde charlando en mi habitación del internado. Lo que iba a ser una reunión informal se convirtió en una Santa Cena espontánea. Tomamos mis recipientes de plástico Tupperware y nos lavamos los pies unas a otras. La presencia de Dios se sentía tangiblemente en ese lugar, y las muchachas se abrieron y compartieron sus historias de vida. Esta fue la primera vez que compartieron sus historias completas con otros, y lo hicieron entre lágrimas y abrazos. Dios fue honrado. Desde entonces, estuvimos atadas espiritualmente unas con otras. Ocurre algo poderoso cuando el pueblo de Cristo se une y comparte individualmente cómo Dios los ha guiado. Pocos momentos tienen comparación.

 

Vanessa Hairston es una estudiante del seminario de la Universidad de Andrews, con una licenciatura en educación de la Universidad Adventista de Southern. Durante su tiempo en SAU, trabajó en Campus Ministries como entrenadora y directora de LifeGroup. Sus responsabilidades incluían la tutoría individual, dirigir y entrenar a un grupo pequeño, y el discipulado.

 

Este artículo es un extracto del libro Multiplica, recientemente disponible. El libro Multiplica es un regalo de la Asociación Ministerial de la División Norteamericana para todos los pastores y pastores laicos voluntarios. Para obtener el libro sin costo, comuníquese con el director ministerial o el secretario de su conferencia.

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